Madrid infecto y la arquitectura como medicina. El Madrid Imperial

06.12.2023
“…¡Madrid, abominable de masas en chancletas! Posaderas de oficina sentándose en sillones imperiales. ¡Y al fin el Escorial, El Escorial! Origen y sueño del Madrid cesáreo. Sus tumbas profanadas por los gusanos rojos…”
Enrique Giménez Caballero

“Prenderle fuego por los cuatro costados y colocar unos retenes de bomberos en los edificios que merecieran la pena conservarse”. Esta frase referida a la ciudad de Madrid fue pronunciada por José Antonio Primo de Rivera, líder de Falange, y da cuenta de un sentimiento mucho más amplio respecto a la capital por parte de todo un sector de la sociedad en los momentos previos  a la Guerra Civil así como durante la misma. 

Entre 1936 y 1939, la ciudad de Madrid se convirtió en el bastión republicano y uno de los estandartes de la resistencia antifascista con el lema “Madrid será la tumba del fascismo” o “No pasarán”, convertidos en proclamas populares diseminadas internacionalmente. Su resistencia convirtió la prácticamente recién inaugurada Ciudad Universitaria en un frente de batalla de extraordinaria fiereza, mientras en sus calles los ciudadanos asediados se defendían de los bombardeos de aviación que, por vez primera en la historia, se ejercían sobre una ciudad. 

Más allá del emblema de resistencia, Madrid constituía a ojos del falangismo y el franquismo, así como por parte de los arquitectos afines al régimen un foco de enfermedad e inmundicia. Era llamado despectivamente Madridgrado. Una ciudad que debía ser sanada a través de la arquitectura. La arquitectura aparecía como elemento higienizador (y disciplinador) de una sociedad enferma, infecta . Esa supuesta enfermedad era encarnada en parte por la proliferación de poblados chabolistas surgidos de una inmigración desde el rural a los polos industriales que la ciudad podía ofrecer donde se albergaba más de la mitad de la población. Pero, más allá de eso, se superponía un componente ideológico que quería establecer una tábula rasa, un fuego sanador que permitiese la instauración de un nuevo orden a través de la arquitectura. 

Serrano Suñer, responsable político y lider de Falange afirmaba que era necesaria para la ciudad de Madrid una reconstrucción material pareja a una reconstrucción moral. El material de construcción de los nuevos edificios, los nuevos trazados urbanos, la nueva ciudad simplemente era el “soporte físico de la reconstrucción moral, de la elevación espiritual y patriótica”.  Esta idea fue llevada en 1938 por Pedro Muguruza, arquitecto de Falange, a la celebración de un congreso en la entonces capital del régimen franquista, Burgos, en donde se establecerían los principios de reconstrucción y urbanización de un país sentando las bases de lo que se denominó ‘La ciudad del Movimiento’. En él se planteaba una ciudad no dividida por clases (a su juicio foco de los problemas políticos que habían desencadenado la guerra), sino aglutinada en torno a la idea de familia y del hogar.  Sin embargo, los conflictos políticos dentro del régimen franquista también se trasladan al campo arquitectónico: frente a la Ciudad del Movimiento promovida por falange inspirada por los principios fascistas, hay corrientes antimodernas que pretenden recuperar el carácter imperial perdido a través de la arquitectura. Las decisiones arquitectónicas y urbanas que se tomen en la reconstrucción de Madrid serán una pugna entre estas dos corrientes y un termómetro de la progresiva pérdida de poder de Falange dentro del aparato del régimen. 

“nuestra ciudad se creará y se mantendrá obediente a unos fines concretos que, expuestos jerárquicamente, pueden resumirse así: un conjunto de fines políticos, directamente encauzados a la misión española en el mundo, a su organización interior. Un conjunto de fines económicos que respondan al Plan Nacional de rendimiento de las posibilidades naturales de nuestro país. Un conjunto de fines sociales que tiendan a la dignidad y al aumento de la vida, a la santidad de la familia, a la sana alegría del pueblo” Bidagor, 1939.

En Madrid se daban dos situaciones que debían ser neutralizadas por los arquitectos del régimen una vez finalizada la Guerra Civil. Por un lado, la reconstrucción de una ciudad presa de bombardeos aéreos y contiendas encarnizadas por diferentes frentes. Por otro, el crecimiento sin control de poblados y barriadas en el perímetro exterior de la ciudad. Para poner fin a esta situación, Pedro Muguruza ordena a Pedro Bidagor la redacción de un Plan Urbano que siga los principios de la Ciudad del Movimiento. Sin embargo este arquitecto hace caso omiso de los principios de reorganización social planteados por Falange para proyectar una ciudad estratificada que sigue los preceptos de los teóricos nacionalsocialistas de los años veinte en Alemania. Una ciudad que, a través de grandes vías, zonas verdes y anillos concéntricos encapsula las viviendas obreras e industrias expulsándolas a la periferia, mientras que deja el centro de la ciudad que hoy conocemos como un gran escenario monumental, un lugar destinado a la capitalidad de un Imperio por reconstruir. 

Esta idea de Imperio es compartido por el arquitecto Antonio Palacios quien, nada más llegar Franco al poder tras la Guerra, presenta un proyecto utópico para el centro de la ciudad de Madrid. El proyecto se alineaba con la idea de tabula rasa y superponía sobre la ciudad existente grandes avenidas aéreas que conectaban edificios de estilo imperial por encima del trazado existente, abriéndose paso a monumentos como el Valle de los Caídos o El Escorial desde Príncipe Pío y la Puerta del Sol. La vía Triunfalis, así se denominó este eje imperial jamás llegado a construir conectaba las ruinas de una ciudad que era necesario refundar con uno de los hitos arquitectónicos del Imperio español: el monasterio del Escorial. Esta búsqueda de un imperio perdido, y la posibilidad de su recuperación con el nuevo régimen dictatorial, se trasladará al tejido urbano, convirtiendo nuevos proyectos edificatorios en pastiches que emulaban las composiciones sobrias e historicistas de Juan de Herrera, arquitecto del citado monumento. 

Pese al carácter utópico y aparentemente futurista de grandes vías elevadas para alejarse de una ciudad enferma, a los proyectos de higiene urbana para acabar con los focos de infección socialista promovidas por la falange o el encapsulamiento final del plan Bidagor, el urbanismo de la ciudad de Madrid fue una declaración de intenciones de cómo las capitales han de responder a la voluntad de su régimen político. Los trazados urbanos, las huellas que esto ha dejado en la ciudad contemporánea las podemos recorrer y contemplar desposeídas ya de ese significado explícito y, sin embargo, totalmente condicionadas por el pasado que les dió forma.