Lo que no fue: Luis Moya y el monumento a la exaltación nacional.

06.12.2023

Dos personas se encuentran en un momento de caos (diciembre de 1936). Son un escultor y un arquitecto. En febrero de 1937 se agrega un militar. Sienten la necesidad de combatir de un modo espiritual por un orden. También, de disciplinar la mente en momento tan fácil de perderla. Y además, de hacerse un refugio interior donde pueda sobrevivir el pensamiento por encima del medio. (El Madrid rojo).

El trabajo emprendido se hace de un modo desinteresado, sin propósito de realización ulterior. No por eso menos exacto. Es un sueño perfectamente razonado, llegando hasta el más mínimo detalle. No se ha escatimado tiempo ni esfuerzo; ambos sobraban. El aislamiento y !a carencia de término de comparación elevaban a un plano superior el pensamiento; sin los límites mezquinos de una competencia artística normal; sin público y sin jueces.
Este trabajo queda sin terminar por llegar la liberación.

En uno de los lugares más elevados de Madrid, entre el cementerio de San Martín y el Hospital Clínico, próximo a la Ciudad Universitaria  se levanta una gran plaza porticada, de dimensiones descomunales. Al fondo, edificios militares y representativos de corte clásico sirven como el telón de fondo de un arco de triunfo sobrio coronado por una bandera ingrávida en la que flota, presidiendo el conjunto monumental, un Santiago Matamoros a lomos de su caballo. En el mismo lado del arco,  esculturas en bajorrelieve representan cuatro escenas históricas: las Navas de Tolosa, la Conquista de América, la Reconquista y el Movimiento Nacional. Cuatro pilares históricos para exaltar un supuesto glorioso pasado imperial y santo encarnados en la piedra de granito rojo y amarillo en honor a la bandera. Del otro lado, como representación de la superación de la guerra, dos personas plantando un árbol en una clara alusión a un futuro por construir.

El ambiente onírico e inquietante del proyecto se completa con una pirámide perfecta, rodeada de un plinto coronado por cipreses. La entrada la forma un atrio de granito con hornacinas, y una sucesión de columnas pareadas escoltan a la persona que entra en su interior. Este es un monumento fúnebre, en honor a los caídos, y para ello se usa una figura arquitectónica arquetípica: la pirámide, como representación inmediata de aquello que se quiere contar. En su interior, que replica la forma externa, un monumento surge del suelo formando un conjunto de esculturas donde ángeles y motivos cristianos terminan coronados por una gran cruz iluminada desde los agujeros perforados en las paredes de la pirámide. 

Este conjunto arquitectónico fue ideado a seis manos durante el año 1937. En plena contienda y ante la imperiosa necesidad de exaltar los valores de un régimen político con el que las tres personas detrás del proyecto comulgaban, decidieron imaginar cómo podría construirse una arquitectura que así los reflejase. Tras el “Sueño arquitectónico para una exaltación nacional” están el arquitecto Luis Moya, el escultor Manuel Laviada y el Vizconde de Uzqueta, un noble y mando militar, con el cargo de comandante de caballería del ejército sublevado. 

La memoria del proyecto, que nunca se llegó a construir, deja ver las ideas políticas tan claras que lo sustentan y le dan forma y evidencia, de manera excepcionalmente transparente, cómo la arquitectura es un vehículo para homenajear y representar una ideología. Las formas y figuras, las esculturas que lo adornan, la disposición de elementos arquitectónicos… todo ello materializa una ideología concreta: la del Movimiento Nacional. Así pues, el proyecto se asienta sobre tres pilares fundamentales “una exaltación fúnebre, nacida de lo que sucedía alrededor y de lo que amenazaba; la idea triunfal, que producía lo que se oía y lo que se esperaba; una forma militar, reacción contra la indisciplina ambiente. Se concretan estas tres ideas en una ciudadela, que contiene una gran pirámide y un arco triunfal, situados en foros o plazas rodeados por edificios militares y representativos”. 

No es necesario que el proyecto se haya llegado a materializar para entender el peso ideológico que tiene. Más allá de los dibujos oníricos y del paisaje extraño que los planos representan, más allá de la constante presencia de símbolos históricos o religiosos que luego serán pilares fundamentales de la liturgia del régimen franquista como la Cruzada, el Imperio o el Catolicismo, las palabras que acompañan al proyecto también juegan un papel fundamental. 

Es importante que seamos capaces de ir más allá de las formas estéticas, propias de ciertas corrientes metafísicas de la época y que incluso pueden recordarnos a los trazos de la arquitectura fascista italiana, para oír las palabras de sus autores. En lo que nos concierne, Luis Moya, lejos de ser una figura anónima, tendrá un peso fundamental para la arquitectura de Madrid en las décadas posteriores a la elaboración de este proyecto. Como arquitecto, fue uno de los recuperadores de los valores tradicionales de la arquitectura en un momento donde el movimiento moderno establecía parámetros y estéticas completamente novedosas, trasladando sus ideas a diversos edificios de la ciudad de Madrid. En paralelo, fue catedrático de universidad y hasta director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Tanto en sus palabras, en la memoria de este “sueño arquitectónico” así como a lo largo de su trayectoria, como sus construcciones, existe una ideología hecha arquitectura donde los valores de lo tradicional y lo católico se encarnan en las formas y materiales concretos. 

Este primer caso nos permite aproximarnos a una memoria del Madrid que no fue, y esto abre la posibilidad también de imaginar otros Madrid que no pudieron llegar a ser. ¿Cómo habría sido el Madrid republicano si no hubiese habido guerra? ¿Como habría sido el Madrid contemporáneo sin una idea clara en torno al imperio? ¿Cómo habría sido un Madrid sin realeza? Pero además, este “sueño arquitectónico para una exaltación nacional” nos permite entender un aspecto importante que seguiremos recorriendo durante los siguientes ejemplos: la arquitectura está hecha de palabras, discursos e ideas mucho más que de piedra, acero y hormigón. La arquitectura se construye a través de la ideología, a través de un contexto histórico y temporal. Y, pensar la memoria de esta arquitectura que fue (o nunca fue) implica entender las palabras, discursos e ideas que le han dado forma.