Borrado de memoria: heridas de guerra en la Ciudad Universitaria

Alrededor del 15 de noviembre de 1936 las tropas franquistas intentan entrar en Madrid a través de Ciudad Universitaria. Se sucen encarnizadas batallas, casi piso por piso, en muchas de lo que antes eran universidades: en la facultad de Arquitectura, Odontología, Agrónomos, Casa de Velázquez o el Hospital Clínico. De hecho, todavía hoy se pueden apreciar los agujeros de balas en el interior de la facultad de Medicina. Unos días después, Franco ordena detener el ataque y el frente se estabiliza hasta el final de la guerra, 858 días. Este área en donde se intercambiaron miles de balas y misiles, murieron centenares de personas y se destruyeron edificios recién inaugurados, es el primer lugar donde se consigue detener el avance de las tropas franquistas y también donde se produce la rendición final, en la llamada “última trinchera de la Guerra Civil”. Poetas y escritores de ambos bandos escribieron extensamente sobre la batalla: “Puente de los Franceses/ mamita mía/ nadie te pasa./ Porque tus milicianos/ mamita mía/ qué bien te guardan” (Coplas de la Defensa de Madrid).

La enorme duración del conflicto sobre la superficie de Ciudad Universitaria, más de 2 años, dejó un territorio completamente atípico, cruzado por decenas de trincheras, fracturas en el suelo y edificios en ruinas que no eran más que un amasijo de hormigón y ladrillos pero con su estructura en pie. Es interesante recordar que el proyecto para la Ciudad Universitaria estaba en construcción antes de la guerra y muchas de sus facultades ni siquiera habían llegado a inaugurarse con estudiantes y clases; su inauguración fue la guerra. Por eso y por el trauma revivido constantemente en las ruinas arquitectónicas, la reconstrucción de la Ciudad Universitaria no se inició inmediatamente ya que pasaron muchos meses hasta que se produjese una decisión por parte del dictador.

Durante ese tiempo, las visiones de lo que la arquitectura de Ciudad Universitaria debía ser se superponían y algunas llegaban al “morbo arquitectónico”. Grupos de Falange pensaban que las ruinas de Ciudad Universitaria debían conservarse tal cual estaban como recuerdo de lo que fue, una especie de “permanentizado de la violencia” y símbolo de la “cruzada heroica”. La obsesión por estos restos del conflicto ya había conquistado a autores como Agustín de Foxá que exaltaban la ruina como elemento de propaganda ya que utilizaban la fuerza poderosa de lo ausente y la destrucción en la imaginación del espectador:
Es mentira que España esté en ruinas; nunca Toledo ha estado más completo. […] Benditas sean las ruinas porque en ellas están la fe y el odio y la pasión y el entusiasmo y la lucha y el alma de los hombres.
(Arquitectura hermosa de las ruinas en la revista Vértice, 1 de abril de 1937)
Vista así, la arquitectura se convierte en un objeto dentro de un museo -en este caso, el de la guerra- e, incluso, esto ocurrió literalmente al concebirse Ciudad Universitaria como un espacio visitable para los habitantes de Madrid durante meses y se señalizaron las zonas de cada bando: “ellos” y “nosotros” rezaba en los carteles sobre las ruinas. Finalmente, se decidió acometer la reconstrucción del campus académico y se reconstruyeron parte de las facultadas dañadas, mientras que otras se demolieron y otras fueron construidas al más puro “estilo neoherreriano, imperial y fascista”. No es hasta el 12 de octubre de 1943 coincidiendo con el “Día de la Raza” que Franco inaugura la reconstruccion de Ciudad Universitaria:
Aquí sucumbe la flor de la mejor juventud inmolada en el más puro de los sacrificios. Diríase que ha sido prodigiosa su fecundidad. Ellos quedaron sepultados entre las ruinas y hoy las ruinas han desaparecido para servir de cimientos a estos colosales edificios, que son ahora como monumentos votivos a la gloria de los muertos, sobre el solar heroico que fue su tumba.
(Discurso pronunciado por Franco).
Y efectivamente, fue su tumba y nada más. La reconstrucción de Ciudad Universitaria se realizó de la forma más higiénica posible: los edificios destrozados se reconstruyeron siguiendo los proyectos originales, los agujeros de bala fueron tapados con pegotes de cemento, las trincheras rellenadas con tierra, los túneles dinamitados y los nuevos edificios proyectados obedeciendo a las directrices estándar de estilo del gobierno. El objetivo es que no quedase ninguna huella de lo que allí aconteció. No se construyó ningún recordatorio, memorial o monumento a los soldados muertos en esta superficie de terreno y se decidió borrar su memoria del lugar donde perecieron, trasladando su recuerdo a otras zonas de la ciudad. Tras la operación, las heridas de guerra abiertas físicamente en Ciudad Universitaria habían quedado enterradas y el simbolismo se trasladó a otra zona próxima: Moncloa.

Allí se construyó la puerta de entrada a la vida académica del campus a través del Arco del Triunfo, proyectado por López Otero -el director de la reconstrucción de Ciudad Universitaria- y Bravo Sanfeliú. Se trataba de una imitación de un arco triunfal romano de 49 metros de alto, con dos grandes inscripciones latinas en sus caras que, sorprendentemente, no hacen ninguna referencia al sufrimiento, heroicidad o muerte que ocurrió allí sino que hablan de la victoria en términos generales y la religión dentro de la universidad. Tal vez, el hecho de haber sido el lugar de mayor resistencia a las tropas franquistas, que no pudieron pasar por su propia acción sino por la rendición del otro bando, hiciese pensar a los ideólogos del régimen que podría convertirse en un lugar de memoria conflictiva ensalzando la hazaña del frente de Ciudad Universitaria no solo por ellos sino también por los partidarios del otro bando. Al final, Ciudad Universitaria quedó reconstruida como una infraestructura universitaria más.
El papel de la arquitectura no es neutral y si bien la memoria traumática de un frente de lucha que duró más de dos años quedó en el recuerdo de los soldados y la población, sus edificios intentaron ocultarlo, usando a la arquitectura como velo enterrador de la memoria. Aún así, la extensa documentación del evento con multitud de huellas fotográficas y testimoniales tiene la capacidad de revivir lo que ocurrió y no olvidar la memoria encarnada en las edificaciones de Ciudad Universitaria, poniendo sobre la mesa el rol de poder y control que ejerce cualquier reconstrucción y restauración arquitectónica: qué decidimos poner en valor y que intentamos borrar de la memoria colectiva mediante el uso partidario de las herramientas de arquitectura.